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Para Harley Davidson «lo que nosotros vendemos nos son motocicletas. Lo que vendemos es la posibilidad de que un contable de 43 años se vista de cuero negro, atraviese las ciudades pequeñas y haga que la gente que le tema». Venden Lifestyle. En concreto estilo de vida rebelde. No vende un producto, sino una experiencia.

Nancy Orsolini, de Starbucks: «Hemos identificado un tercer lugar, y realmente creo que nos coloca aparte. Ese tercer lugar no es el lugar de trabajo pero tampoco es el hogar. Es el lugar donde vienen a refugiarse nuestros clientes». Bravo Nancy, un día te vienes conmigo a vender insights. Starbucks no vende café sino experiencias.

Ralph Ardill, de Imagination, consultor de marketing para Guiness: «Guiness como marca es una cuestión de comunidad. Es cuestión de reunir a gente y contar historias». Experiencia, de nuevo.

Bob Lutz, exCEO (creo) de General Motors: «Yo me veo en el negocio del arte. Arte, entretenimiento y escultura movil que se da la coincidencia de que también proporciona transporte».  Foco en la experiencia.

Guns N’ Roses anuncian dos fechas en España, en el Nuevo San Mamés y en el Vicente Calderón. Se prevé que las entradas se agoten en horas.

La gente se asombra. «Son unos viejos». «Axl se ha comido a Izzy». «Están acabados». «Se escucha mejor en casa». «Nunca fueron gran cosa y ahora menos».

Vale. Volvemos al insight.

No estamos consumiendo música. Lo que en realidad estamos comprando es volver a ser aquellos adolescentes de los 80 y de los 90.

Estamos comprando un billete que te da derecho a ser un poco macarra, a ser un peligroso rockero de 17 años, a entrar en éxtasis haciendo solos de air guitar rodeados por otros 40.000 que como tú, soñaron ser Slash.

Estamos comprando dejar de ser madres perfectas por un día y volver a ser gruppies, dejar a los niños con la abuela, ponerse la chupa de cuero y beber botellines a morro como si no hubiera mañana.

Estamos comprando dejar de ser funcionarios de provincias para coger el coche con los colegas de BUP e ir a quemar Madrid un finde.

Guns and Roses sirve para mandar un WhatsApp a ese amigo que hace años que no ves y que era tan fan como tú –«Juan, vamos a ver a Guns, no?». «Claro, tío» – y comenzar una relación de nuevo desde donde lo dejamos y aquí no ha pasado nada.

Sirve para que en cada iPhone haya un grupo de whatasapp de viejas glorias que van a ir al concierto.

Sirve para recordar a tu novia del instituto, a la que le grabaste «Don´t Cry» en esa TDK de 46 y soñar durante seis meses con un encuentro casual en el Calderón. Ponte ya a régimen, que Axl no es el único que ha engordado.

Sirve para volver a ser quien querías ser, rodeado de decenas de miles como tú, de esa comunidad oculta que va a durar un finde y va a disfrutar de consumir una experiencia única, en directo, juntos, diría que abrazados.

Es una oda a la nostalgia pero vivida con emoción, con felicidad, como una misa pero con un maestro de ceremonias que se ha comido a Izzy.

Sí. «Son unos viejos», «Están acabados», «Se escucha mejor en casa» y «Nunca fueron gran cosa», pero eso es irrelevante. Estamos en otro negocio, chicos. En el negocio en el que toda una generación vamos a ser una banda tributo de nosotros mismos. Bienvenidos al insight.

 

 

 

 

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