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Cuando veas a un emprendedor, no le preguntes cosas como “¿Qué tal va el trabajillo?”. Es mejor que te limites a mostrar tu afecto y tu apoyo. Sabemos que lo haces con buena intención, pero esto no es un trabajillo, es un proyecto vital. No es su dinero lo que está en juego, sino su propia persona, su apuesta a todo o nada, su futuro, su manera de ver el mundo y el ideal mental de los días que vendrán. Es su vida.

 

Cuando veas a un emprendedor, no le digas que parece estresado. O tiene mucho más trabajo del que puede abarcar o tiene mucho menos trabajo del que necesita. No existe el término medio. En cualquier caso, la noche pasada se ha desvelado intentando encontrar soluciones, alternativas e ideas y ya no ha podido dormir. Y ya es la cuarta consecutiva. Por eso tiene ojeras, algunas canas y ha perdido pelo.

 

Piensa que estás ante una persona que ha decidido mirar a los ojos al futuro y coger las riendas de su destino a pesar del entorno, del gobierno, de la sensatez y de la corte de opinadores que repiten cada día que es una locura.

 

Piensa que estás ante Juanito Oyarzábal, intentado superar cotas más altas cada día pese a lo absurdo que resulta y pese a que se está mejor en casa. Pero ni Juanito ni el emprendedor pueden hacer otra cosa, están tocados por el virus de la locura, van a subir esa montaña cueste lo que cueste y aunque lo que les cueste sea la vida. Lo van a hacer sin horario, sin descanso, sin apoyos y movidos solo por esa llamada interior.

 

Piensa que estás ante una persona con un sueño. Estás ante una persona que se levanta cada día con el combustible necesario para arder porque tiene un sueño, tiene un motor, tiene una necesidad imperiosa de lograrlo. Estás ante una persona que se automotiva cada mañana, que se proyecta cada día a si misma en el futuro disfrutando del sueño ya alcanzado, que alguna vez ha fantaseado con recoger premios, con una oficina en Nueva York, con tener una pequeña colección de arte, con una casa en el campo (con piscina) pero que a la vez (sí, a la vez) está pensando en cómo pagar nóminas, proveedores, impuestos y alquileres y que apaga la luz cada vez que pasa por un interruptor, para ahorrar. Ante una persona que antes de gastar algo piensa en lo que ha tenido que hacer para conseguirlo. Alimenta más un sueño que un plato de lentejas.

 

Estás ante una persona agobiada que mira a sus hijos cada día sabiendo que no puede fallarlos pero con pánico a hacerlo; que sabe que -a pesar de todo- esos hijos le van a echar en cara algo, bien que no lo lograra, bien que lo lograra a costa de ausencias y de excesivo trabajo. Estás ante una persona que sabe que le espera la gloria o el infierno pero que aún así va por la vida callado y sin dar demasiadas explicaciones. Estás ante una persona que pasa muchas horas de soledad, a solas con sus miedos y obsesiones, y creo que te va a agradecer una mirada de comprensión, de respeto y de apoyo.

 

Por eso, cuando veas a uno de esos locos, no le preguntes por el trabajillo. Dile que estás orgulloso de él, que el mundo necesita a más locos y que lo que hace tiene mucho mérito. Dile que algún día disfrutareis del sueño juntos. Si no se pone a llorar, te lo va a agradecer en el alma.

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